Como siempre, vino y se fue... la maldita depresión.
Mis días son laaaargos en Cali. No trabajo. Veo toooda la televisión nítida (mi miopía se estancará) y en exceso. Me estoy desatrasando fuertemente en los dos años que no tuve cable (o "parabólica", como dicen en este pueblo). Sony, E!, Warner, A&E y People and Arts son, again, mis mejores amigos.
Regresé al pasado. Y no sé cómo me siento. Soy feliz cuando lo tengo, pero también cuando no. Y ésa no es mi manera de querer. Sé que no está bien, pero mi felicidad se basa en tener a la persona cerca: a mi lado, enfrente, arriba, abajo... pero ahora no es tan así. Creo que después de tanto tiempo con largas relaciones, "quiero vacilar na' má".
Y de eso me he dado cuenta volviendo aquí. En Cali no me siento a hablar y a beber. Aquí también bebo (O B V I O !), pero también (y sobre todo) bailo. Bailo mucho. Bailo hasta que amanece y los pies me quedan hinchados y la piel pegajosa de tanto sudar... bailando. Tintindeo se volvió mi oficina (como alguna vez lo fue Al Patio -q.e.p.d.-) y soy feliz yendo cada ocho días a, literalmente, azotar baldosa. La salsa me encanta. Nunca lo he negado. Pero parece que acabara de conocerla. Y todo lo que se escucha: que merengue, que funk, que reguetón.
De verdad me fascina bailar. Y no me da pena: BAILO DE TODO.
Y creo que toda esa energía se la debo a la rumba. A la verdadera rumba caleña. Porque, como dice esa canción que tanto suena y que no me saco de la cabeza jamás, "sin salsa no hay sabores...".
Ahora me amargo porque debo hacer un puto ensayo para mañana.
Pero el viernes llegará...
Sunday, October 08, 2006
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